Devoción e iconografía
Tal como atestigua la Biblia, el culto divino fue el principal oficio de los ángeles, de ahí el papel fundamental que ocuparon en la liturgia cristiana. La visión más impresionante de la corte de Dios con la adoración de los ángeles es la que en forma tan brillante describió el vidente de Patmos: «Vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono, uno sentado. El que estaba sentado parecía semejante a la piedra de jaspe y a la sardónice, y el arco iris que rodeaba el trono parecía semejante a una esmeralda. Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de vestiduras blancas, con coronas de oro sobre sus cabezas» (Apocalipsis 4, 2-4). Tales ancianos de vestiduras blancas no podían ser sino ángeles en calidad de ministros del Señor, al que asisten para gobernar el cosmos. Visión tan grandiosa ha llenado la imaginación cristiana a lo largo de los siglos, especialmente durante la Edad Media, que vio a los ángeles oficiando el rito de la liturgia celeste, de ahí ;as palabras de San Basilio: «Glorificar a Dios es la ocupación de los ángeles; la única función de todo el ejército celeste es enlazar al Creador». Así que los ángeles fueron para los cristianos como los maestros del culto divino, de ahí que vayan vestidos con trajes litúrgicos o portando atributos al respecto.
Arcángel Jehudiel. Detalle.
En la Iglesia primitiva estuvo muy extendida la creencia de que los textos litúrgicos y la música usada en los templos eran de origen angélico, e incluso que los Salmos eran una oración angélica. Hay no pocas referencias el respecto como la visión de San Ignacio de Antioquía, al que se le aparecieron dos coros cantando himnos de alternancia, y por ello introdujo tal costumbre en su iglesia; San Juan Damasceno refiere que los ángeles revelaron a los fieles de Constantinopla el canto del trisagio, por otra parte Casiano relata que los doce salmos del oficio nocturno monástico fueron determinados en su número por un ángel zanjando una cuestión polémica. Todas estas leyendas piadosas nos revelan la profunda convicción cristiana de ser los ángeles maestros en la tarea de alabar a Dios. De todo ello se infiere que los cristianos , especialmente los monjes, que desean hacer vida angélica en este mundo, han de imitar a los ángeles tanto en la contemplación de Dios como en su alabanza. En este sentido se expresan San Basilio de Cesarea, San Jerónimo y Evagrio Pontico, este último escribió con referencia al monje: «Durante el oficio divino recoge tu espíritu lejos de los pensamientos y ruega sin cesar, dando gracias a Dios que te ha sacado del mundo para el ministerio de los ángeles». Fue muy común la idea de que los monjes con el canto del oficio divino imitaban a los espíritus celestes, así las palabras de San Antanasio sobre los religiosos de Nitria: «Hacia la hora de nona, puede uno pararse y oír las salmodias que salen de cada monasterio, de manera que uno se cree elevado al Paraíso». Colombas ha visto cómo en la tradición cristiana (oriental y occidental) se considera al culto divino como obra de los ángeles, tal como obra de los ángeles, tal como demuestra la liturgia bizantina desde el siglo VI con el «Canto de los querubines»; pero será especialmente la liturgia de la misa donde mejor se manifieste el rito angélico por la continua epifanía del sacerdocio de Cristo ya que cielo y tierra vienen a construir una idéntica realidad.
Ahora pasemos del plano general al particular de los representantes angélicos, de los que a través de la Biblia conocemos sus nombres: Miguel, Gabriel y Rafael; los dos primeros en el texto de Daniel, mientras que Rafael aparece en el Libro de Tobías. Los textos apócrifos nos dan cuatro nombres más de arcángeles, formando en total siete, lo que se explicaría por el carácter carismático de este número, así que habría que añadir lo de Uriel, Barrachiel, Jrhudiel y Seathiel. Dando el espíritu de la Iglesia primitiva, tan afecto a las devociones angélicas, hubo excesos por lo que en el siglo VIII la Iglesia romana llamó la atención al respecto por las invocaciones sospechosas de un tal Adalberto a seis arcángeles; se comprende que el Concilio de Letán de 756 limitaba el culto a los tres arcángeles citados al principio. Sabemos pues que en el siglo VIII el culto arcangélico comprendió a los tres ta conocidos más Uriel, Raguhel y Tohibel. Pese al rechazo por parte del magisterio oficial, Uriel se mantuvo junto a la triada arcangélica con referencia al fuego, como señala su nombre hebreo, asumiendo a veces el papel de psicopompo; su devoción se mantuvo en Occidente hasta el siglo XV, y en Rusia se ha conservado hasta hoy entre los viejos creyentes. El culto a los arcángeles se llevó a cabo en la época carolingia en las capillas que rodeaban el atrio (paradis), y luego pasaron éstos a ocupar la fachada y las torres; la correspondencia más frecuente fue la de Gabriel y Miguel, y más rara la de éste con Rafael.
Tratemos ahora en particular de cada uno de ellos. Gabriel es fundamentalmente el ángel de la Anunciación, el portador del mensaje salvífico del hombre a través del misterios de la Encarnación. Sólo a partir del siglo XIV se inició su culto, aunque con anterioridad tuvo altares. Cuando se lo asoció con San Miguel, Gabriel ocupó la parte oriental, mientras que cuando se los situó en las puertas de la iconóstasis bizantina se le dedicó la meridional reservando a San Miguel la del Norte. Gabriel fue símblo de la fuerza de Dios, y por ello manifiesta el poder y la gloria del que le envía, de ahí al aspecto de gramde y terrible con que le vemos, pues de acuerdo con el texto evangélico inspiró terror.
El culto de Rafael se manifestó en Occidente a partir del siglo XV, aunque tuvo oratorios dedicados en la época carolinga en Cetula y Saint-Gall. Fue puesto en relación con los otros arcángeles por razón honorífica, para completar la triada arcangélica. Su nombre en griego significa «medicina de Dios», que sirve tanto para las enfermedades espirituales como las corporales. Dios es médico y Rafael es el arcángel encargado de esta misión cerca de los hombres, de ahí que aparezca en numerosos monumentos románicos.
El arcángel más importante ha sido Miguel, al que se supuso como una transformación cristiana del mito pagano de Mercurio, de tal manera que el culto al dios mitológico habría sido suplantado por San Miguel. Esta tesis tradicional ha sido rechazada desde los estudios de Olga Rojdestvensky, y no es argumento válido la extensión que tuvo el culto a Mercurio. El rango de Miguel como primer mensajero de Dios viene de su nombre griego, que significa: «quién como Dios». Su imagen más común es la de jefe de los ángeles y capitán del ejército celestial, pero su misión más importante fue la de psicopompo, por ello lo vemos portando la balanza para la psiconstansia en el momento del Juicio Final. Por otra parte su culto es el más antiguo, como nacido en las comunidades cristianas del Egipto del siglo IV, por otra parte su culto en Constantinopla se remota a la época de Constantino, y de esta capital del imperio romano oriental debió pasar a Italia y al resto de Europa.
Arcángel Jehudiel. Detalles.
Es preciso destacar que los templos antiguos dedicados a Miguel en Europa adoptan con frecuencia plantas centralizadas, ya octogonales o circulares. El culto de San Miguel se propagó no sólo por el papel de psicopompo que tuvo este personaje sino especialmente por un episodio que ocurrió en la Roma del Papa Gregorio el Grande (590), cuando éste ordenó procesiones para suplicar al cielo el término de una peste y al fin el Papa tuvo una visión en la que se le apareció este arcángel en lo alto del castillo de Santangelo con la espada envainada, indicando que la epidemia había concluido, lo que así fue. En alto del famoso castillo romano una capilla con una imagen del titular, que duró hasta el siglo XVIII, cuando fue sustituida por la actual, de bronce. No sabemos si la capilla fue circular, pero el recuerdo del castillo levantado sobre el mausoleo circular de Adriano motivó que estas capillas fueran circulares como la cripta de la iglesia de los Hospitalarios de San Miguel de Mifaget, que se cubrió con cúpula. Quizá por esto, el oratorio de San Miguel de Aiguille (Velay), construido en forma centralizada en 962, fue rodeado en el siglo XI con una especie de deambulatorio ovoidal. El ejemplo más significativo es el de San Miguel de Entraigues (Charente), construido en 1137 para recibir a los peregrinos pobres de Santiago, tiene planta octogonal, con ábside en cada lado, y tal octógono viene a subrayar su carácter funerario. El modelo más famoso de Alemania es San Miguel de Fulda, de planta circular, sin duda por su vinculación con el modelo romano. Es probable que en su origen fuera de planta centralizada la iglesia catalana de San Miguel de Lillet, del siglo XI.
Otro de los aspectos de la influencia de San Miguel fueron las peregrinaciones a lugares privilegiados por la presencia de arcángeles, como el Monte Gargano, en cuya cima se apareció a fines del siglo V, lo que fue el inicio de una prodigiosa extensión del culto por toda Europa, llegando a ser este lugar un polo de atracción para los cristianos que viajaron a Italia, como los reyes lombardos y los emperadores del Sacro Imperio, y entre los franceses se recuerdan a San Odón, abad de Cluny, y a Suger. El lugar estaba valorado por la misteriosa gruta del arcángel, en cuya puerta se leía: Terribilis est iste locus, y una escalera que descendía hasta el fondo, donde podían verse las huellas de los pies de San Miguel. Tal fue la importancia de este lugar que fye catalogado entre las peregrinaciones mayores, origen de otras menores a manera de sucursales en varios lugares del Sur de Italia, pero el más famoso fue el Mont St. Michel de Normandía, que como no tenía gruta hubo de hacerse artificialmente.
En cuanto a su iconografía la Edad Media, desde tempranas fechas, optó por dos modelos de representación: San Miguel Psicopompo pesando las almas y atravesando con su lanza de capitán de la milicia celeste al dragón; en realidad estas variantes siguen prototipos que pertenecen al Egipto faraónico, ya que la psicostansia tiene su origen en el Libro de los Muertos y por tanto el arcángel queda equipado al dios Thoth. Si en las representaciones medievales San Miguel lleva un libro, éste alude al Apocalipsis cuando dice: «entonces los muertos fueron juzgados según el contenido de los libros, cada uno según sus obras» (XX, 12), como se ve en el capitel de Vezelay. Por otra parte, en la Edad Media estuvo muy arraigado el tema del origen egipcio de la lucha entre los ángeles buenos y malos, que venía a ser otra versión de la psicomaquia; este tema se recapitula en la iconografía de Miguel vencedor del dragón, siguiendo la inspiración del Apocalipsis (XII, 7-11): el ejemplo más logrado es el tímpano de San Miguel de Maurienne, San Miguel de Entraygues. El prestigio de este arcángel quedó testimoniado por los santuarios y ermitas que le dedicó el hombre románico; además de los citados están San Miguel de Frigolet, San Miguel de Monte Mercurio, San Miguel de Maurienne, San Miguel de Cuxá, etc., y las capillas de Aiguille, de Challe -les- Eaux, de Montain, etc., colocadas en lugares elevados; y hubo iglesias monásticas con capillas en las torres dedicadas al arcángel como Gorze (1105), Cambrai (1152), etc.
Dentro de la España medieval hay que señalar un panorama parecido, viniendo San Miguel a dominar las alturas como señala la ermita de San Miguel in Excelsis, en la Sierra de Aralar, o el Puig de Pollensa, en mallorca. Como ha señalado Llompart, fue el siglo XV la época de la floración del culto a los ángeles en España, presentando a Francisco Eiximenis durante su estancia en Valencia (1383-1408) como el creador de la fiesta del ángel custodio de las ciudades; el mismo autor ha señalado lo que supuso la obra del mencionado franciscano Llibre dels Angels, compuesto en 1392, y del que halló en bibliotecas mallorquinas hasta dieciséis copias. Al mismo tiempo, en Castilla hubo un interés devocional parecido, de ahí que el Marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, ordene en su testamento (1454) que se ponga en la iglesia del Hospital del Salvador, de su villa de Buitrago, el retablo de los Angeles, que mandó pintar a Jorge Inglés. Este retablo flamenco está hoy en el Palacio del Infantado, de Guadalajara, y presenta a los ángeles en número de doce en la parte superior, llevando en sus manos pergaminos escritos con los gozos de la Virgen; en primer término están los donantes, don Iñigo y doña Catalina, que rezan a la Virgen (ésta en bulto redondo) y a los ángeles y en la estancia del Marqués hay una cartela con uno de los gozos marianos que él mismo escribiera años antes.