Los Arcángeles de Sopó • Ángeles de Sopó • Arte religioso • Iglesia Divino Salvador

Aspectos morfológicos sexuales

Si por definición los ángeles son neutros sexualmente, por tratarse de seres incorpóreos, en estas doce representaciones, como en tantas otras, se plantea la cuestión de tratar de llegar a alguna conclusión respecto a si son hombres o mujeres, o si tienen caracteres de uno y de otra, y cuáles son ellos.

La palabra ángel es definida por el «Diccionario de la Real Academia Española» (1984), como «espíritu celeste criado por Dios para su ministerio. Esta voz conviene en general a todos los espíritus celestiales». Y en su segunda aceptación: «Cualquiera de los espíritus celestes que pertenecen al último de los nueve coros».

Según J. Corominas, en su «Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana» (1954), la palabra viene del latín angêlus; y ésta del griego άγγελος, con el sentido de «nuncio, mensajero». Señala como primera documentación el Cid. E indica que «la pérdida de la vocal final no es regular en la fonética castellana; podría ser un provenzalismo muy antiguo, introducido por los monjes de Cluny o los peregrinos de Santiago, junto con otras galorrománicas de significado religioso (…); pero quizá será más probablemente forma apocopada en casos como el ángel San Gabriel o el ángel del Señor (comp. apóstol). Juan del Encina empleó una forma dialéctica ángelo (DHist.), en relación con la port. anjó (…).
 

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Arcángel Rafael. Detalle.

El «Diccionario de Autoridades» (1726, edición facsimilar 1969), define: Angel f.m. Substancia criada espiritual é inteligente. Tómase en general por todos los nueve Choros de la Gerarchía celeste. Es voz griega, que vale tanto como Nuncio, ó mensagéro. Lat. Angelus. Sat. Teres. en su Vid. cap. 33. Parecióme que los vía subir al Cielo con mucha multitud de Angeles.

Especialmente significa cualquiera de los espíritus celestes que pertenecen al último de estos nueve Choros.

No se encuentra una referencia más antigua que la suministrada por Corominas. En el «Dictionaire des racines des langues européennes» de R. Grandsaignes de’Hauterives (1948), sólo se menciona el griego: Aggelos; «el que anuncia», de ahí euanggelion «buena nueva».

De manera que la palabra no dice nada acerca del sexo, aparte de que al parecer es siempre masculino, como ocurre con los nombres, no sólo en este caso de los de Sopó, sino en términos bastante generales dentro de lo conocido.

Pues bien. Antes de proceder al análisis de las figuras, es necesaria una breve digresión acerca de los conceptos de «lo masculino» y de «lo femenino:, acerca de lo cual han existido varios puntos de vista, que pueden agruparse en dos: el uno está representado por algunos investigadores recientes, como los de la década de los años treinta, quienes sostuvieron la idea de que de uno a otro sexo existen diferencias no sólo morfológicas, sino también desde el punto de vista psicológico, que situaban a uno y a otro en categorías estáticas, invariables, no influidas por las condiciones de vida y de trabajo, ni por la época u otras circunstancias. De ellos puede mencionarse el médico e investigador español Gregorio Marañón (1887-1960), quien en su libro «La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales» (1930), afirma: «El estudio de la sexualidad morfológica indica claramente que la mujer se encuentra detenida en un estadio de hipoevolución con relación al hombre, verdadera forma terminal de la sexualidad; en una posición intermedia entre el varón y el adolescente». Hace en esta obra un análisis pormenorizado y diferenciado de los caracteres sexuales secundarios – según su denominación – como si ellos fueran de alguna manera «naturales», pertenecientes siempre, en todos los hombres y en todas las mujeres, de un modo fijo, sin cambio alguno relacionado con circunstancias que a uno y a otra les haya correspondido vivir.

En un sentido similar se pronunció S. Freud en varias oportunidades, la última en su artículo «La feminidad» (1932). Dice allí: «Sobre el problema de la feminidad han meditado los hombres en todos los tiempos». Y añade: «Tampoco vosotros los que me oís (son palabras de una conferencia que nunca fue pronunciada), os habéis excluido de tales cavilaciones. Los hombres, pues las mujeres sois vosotras tal enigma».
 

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Arcángel Rafael. Detalle.

Es una nota al pie de otra página, anota: Es indispensable representarse claramente que los conceptos «femenino» y «masculino» , cuyo contenido parece tan equivoco a la opinión vulgar, pertenecen en la ciencia a los más confusos…

Varios años antes, en «El tabú de la virginidad» (1918), había expresado otras ideas en el mismo sentido: «…La mujer es muy diferente del hombre, mostrándose siempre incomprensible, enigmática, singular y, por todo ello, enemiga». Esto, naturalmente, en un sentido psicológico. Otros caracteres, ahora respecto a la «masculinidad», se hallan en un texto posterior, titulado «Sobre la psicologénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920). Dice: «También podrían considerarse como indicios masculinos algunas de sus cualidades intelectuales, tales como su penetrante inteligencia y la fría calidad de su pensamiento…».

Sin embargo, mucho antes, Havelock Ellis había señalado puntos mucho más cercanos a los que actualmente tienen vigencia, al afirmar, en sus «Estudios de psicología sexual», vol. I, «Hombre y mujer» (1913, orig. 1894): «Es evidente a todas luces que no hemos llegado al fin que nos pusimos al comienzo. No hemos logrado determinar las características radiales y esenciales de hombres y mujeres no influidos por circunstancias externas modificadoras (…). Hemos de reconocer que nuestro presente conocimiento de hombres y mujeres no puede explicarnos lo que podíamos o debíamos de ser, sino lo que actualmente somos, bajo las condiciones de la civilización. Demostrándonos que bajo condiciones variables, hombres y mujeres, dentro de ciertos límites, son modificables indefinidamente, un conocimiento preciso de los actuales hechos de la vida de ambos seres nos impide dogmatizar con firmeza en sus respectivas esferas».

Y muy recientemente, la antropóloga Margaret Mead en su libro «Macho y hembra» (1972), en el que sostiene: «No conocemos ninguna cultura que haya dicho, articuladamente, que no hay diferencias entre hombres y mujeres, como no sea en el modo como contribuyen a la creación de la generación siguiente: que en todos los demás aspectos son simplemente seres humanos con dones variados, ninguno de los cuales puede ser asignado exclusivamente a uno u otro sexo. No hallamos ninguna cultura en la que se haya pensado que todos los rasgos identificados – estupidez y brillantez, belleza y fealdad, amabilidad y hostilidad, iniciativa y obediencia, valor y paciencia e industria -, sean meramente rasgos humanos. Por mucha diferencia que haya habido en la asignación de los rasgos – algunos a un sexo, algunos al otro y algunos a ambos -, por muy arbitraria que tal asignación haya podido parecer (porque, sin duda, no puede ser cierto que las cabezas de las mujeres sean al mismo tiempo absolutamente más débiles y absolutamente más fuertes – para llevar cargas – que las del hombre); por muy arbitraria que dicha división haya sido, siempre ha existido en toda sociedad de la cual tengamos noticia’.

Estos puntos de vista contrarios se explican por una idea mucho más general, aplicada a cuestiones variadas: la tendencia, que sólo en los últimos tiempos ha perdido vigencia, de mantener las separaciones, basadas en cualquier diferencia, entre los seres o entre los grupos humanos o entre pueblos. Esa tendencia también se ha aplicado – como se ha visto, y puede verse todavía – entre sexos. Muy claramente, a propósito de las mujeres, para justificar la dominación sobre ellas y desde luego las diversas formas de explotarlas.

Por esto – hoy se sabe – los criterios de «masculinidad» y de «feminidad» se encuentran ligados con la época histórica, con la edad, con la clase social. Una documentación de este aserto se encuentra en el último de mis trabajos publicados: «Freud, las mujeres y los ‘homosexuales’ » (1986).

Todos los señalamientos hechos hasta aquí, han resultado no sólo pertinentes sino necesarios para sustentar algunas ideas respecto a la morfología sexual de estos ángeles.

De acuerdo con Santiago Sebastián López, en su trabajo «Las jerarquías angélicas de Sopó» (S.F.) «Son lienzos de gran tamaño, que impresionan por su finura y elegancia, contrastando con lo que es habitual en la pintura virreinal; mas no por esto se ha de pensar que sean piezas importadas de Europa, como alguien ha pretendido. Soy de la opinión que estamos ante ejemplares virreinales, obras de un pintor anónimo, aunque no se sepa cómo pudieron llegar a Sopó».

En los documentos respectivos, del Museo de Arte Religioso del Banco de la República, aparece como fecha posible de su realización el siglo XVII, sin más precisión.

Con estos datos solamente, más los aducidos en otros puntos del trabajo de Sebastián, puede inferirse que los modelos (¿tomados de otros cuadros?) fueron jóvenes, adolescentes, de niveles sociales altos. Para el análisis debe hacerse la separación por partes: cabeza, cuello, torso, miembros superiores e inferiores; más las actitudes.

Cabeza
Los caracteres de la cabellera sólo son visibles en «Gabriel, Fortitudo», en «Laurel, Misericordia Dei», y menos claramente en «Rafael, Medicina Dei:, y menos claramente en «Uriel, Ignis Dei» y en «Miguel». Estos caracteres son netamente femeninos en cuanto a la implantación anterior, la longitud y los peinados que aprecian.

El rostro es en todo los cuadros el de una mujer muy joven, bella, con rasgos finos, delicados, ojos expresivos, cejas lineales, labios delgados; no hay pronunciamiento de los pómulos; nariz recta. Hay bastante similitud en los conjuntos, por lo menos en la mayoría de ellos.

Cuello
Es muy poco visible, al parecer corto, en «Uriel, Ignis Dei», en Jehudiel, Penitentia Dei», en «Seactiel, Oratio Dei» y en «Ladiel», el único que no está restaurado y por lo tanto ofrece una dificultad adicional. Es un poco más grueso en «Rafael, Medisina Dei» y en «Piel, Decus Dei». Pero en todos los casos donde puede hacerse alguna precisión, se trata de un segmento con caracteres femeninos.

Torso
Es plano, mucho más de lo que pudiera ser a la edad que muestran los rostros, en casi todos los cuadros. Se insinúa la presencia de los senos pequeños en «Uriel, Ignis Dei» y en «Seactiel, Oratio Dei».

Miembros superiores
Son francamente femeninos. Largos, en ocasiones con pequeña desproporción con otras partes del cuerpo, como en «Uriel Ignis Dei» y en «Jehudiel, Penitentia Dei». Con muy escasa musculatura. Manos pequeñas, finas; dedos largos en los casos en que pudo precisarse.

Miembros inferiores
Predominan los rasgos masculinos. Musculados los muslos, como en «Uriel, Ignis Dei» y un poco menos en el Angel Custodio». Los pies suelen ser pequeños, alargados, con dedos bien visibles en algunos casos, como en «Esriel, Justitia Dei». En otros no se aprecia ninguno de sus caracteres.

Actitudes
Como se comprende, resulta de mucha mayor dificultad clasificar las actitudes como «femeninas» o como «masculinas». Con todo puede señalarse la presencia de cierta «gracia femenina» en «Uriel, Ignias Dei», en «Jehudiel, Penitentia Dei» y en «Rafael, Medisina Dei». La manera delicada como «Esriel, Justitia Dei» envaina la espada, puede apreciarse como un movimiento femenino.

Conclusión
Con todas las limitaciones dichas, lo único que puede deducirse es que las figuras son bisexuales, con un predominio franco de los componentes morfológicos y cinéticos femeninos.

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