Los Arcángeles de Sopó • Ángeles de Sopó • Arte religioso • Iglesia Divino Salvador

Consideraciones

Las pinturas conocidas como los «ángeles de Sopó» son una de las obras de mayor calidad del arte religioso, que desde otras épocas han llegado hasta nuestros días. Sin embargo, actualmente, es más lo que se ignora que lo que se conoce acerca de ellas, a las que nuestra incipiente historia del arte parece haber dejado de lado, eludiéndolas. No obstante, esta colección de doce cuadros de tamaño grande ofrece un novedoso campo de investigación; de sumo interés desde el punto de vista histórico, icnográfico y estilístico, como uno de los ejemplos de mayor importancia dentro de la pintura de este género que se encuentra en Colombia.

Sopó es una de las pequeñas poblaciones de la Sabana, fundada en las cercanías de Santa Fe de Bogotá con el propósito de evangelizar a los indígenas de esta encomienda. Pero fue sólo a partir de 1753 cuando esta apacible localidad comenzó a conocerse dentro del reducido ámbito sabanero de la colonia, a la raíz de haberse encontrado ocasionalmente la pequeña talla en relieve de la imagen conocida desde ese momento como «El Señor de la piedra de Sopó», circunstancia por la cual este pueblo comenzó a adquirir importancia como sitio de peregrinaje religioso por la aparición de esta imagen, reputada como milagrosa por la veneración popular. Allí, en la única nave de la antigua iglesia doctrinera de esta religión, debido a circunstancias que actualmente no son conocidas, se conserva la magnífica colección de pinturas dedicadas al tema de los arcángeles, las cuales sólo hasta las últimas décadas han comenzado a conocerse artísticamente.
 

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Arcángel Laurel. Detalle.

Como hasta el momento se ignora a qué escuela pertenecen estas obras, las que gracias al informe del Centro de Restauración se pueden situar entre 1675 y 1700 de las que únicamente se sabe que hacia finales del siglo XIX ya estaban en Sopó; quienes se han preocupado por su autor las han atribuido a diferentes pintores que trabajaron en la colonia. El primero de ellos es Angelino Medoro, pintor italiano que entre 1587 y 1598 realizó algunas obras en Tunja; luego siguen en esta lista los Figueroas, dinastía de pintores de la escuela santafereña; Miguel de Santiago, uno de los más destacados pintores de la escuela quiteña quien permaneció en Santa Fe de Bogotá ejecutando algunos encargos por la misma época de Gregorio Vásquez Ceballos. En el santuario de Guápulo en las inmediaciones de Quito y en la Iglesia de San Francisco de esta cuidad, Miguel de Santiago pintó unos ángeles en los que se ha querido ver la misma mano de los de Sopó. También se le han atribuido a Bernabé de Posadas, pintor muy desconocido y de regular oficio, también contemporáneo de Vásquez Ceballos. Así mismo se menciona a Cristóbal de Villalpando, pintor que trabajó en México y que en la catedral de Puebla y en la Ciudad de México hizo pinturas murales con escenas en que aparecen ángeles, en los que también se ha querido ver semejanza con los de Sopó. Finalmente, se habla, incluso de un seguidor de Zurbarán.

La temática desarrollada por el anónimo Maestro de estas doce obras, es la de los arcángeles, pese a que tradicionalmente estas pinturas se han designado como ángeles. En realidad, este último es un término genérico que en el lenguaje común se usa para mencionar a los seres celestiales de naturaleza superior a la humana y de los cuales los tratadistas basados en las Escrituras, han reconocido nueve jerarquías o coros de ángeles, a uno de los cuales corresponden los arcángeles. Los ángeles son los mensajeros divinos creados dentro de la tradición del cristianismo para anunciar a los hombres los más importantes acontecimientos y para que la voluntad del Señor se haga sobre la tierra. Para desempeñar este papel de mensajeros o enviados celestiales, los ángeles principales han recibido el nombre de arcángeles o jefes de ángeles, uno de los personajes más conocidos dentro de la jerarquía de las milicias celestiales. Gracias al arte estos personajes angélicos han cobrado vida y se han hecho reconocibles en la iconografía religiosa desde el siglo V, como seres alados, hasta las actuales figuraciones del arte contemporáneo donde también han sido tratados, aunque de manera mucho menos frecuente.

Especialmente el tema de los arcángeles es el que más han tentado a los artistas, sobre todo en las representaciones de Gabriel, Miguel, Rafael y Uriel, que son los más conocidos a través de las imágenes que de ellos han creado los pintores de diversas épocas. La iconografía de Gabriel, el ángel de la Anunciación, es la más rica y la que ha estimulado la imaginación de algunos de los mayores pintores de la época de oro de la pintura religiosa, los cuales fijaron los cánones representativos de este tema, en la cual las versiones de Simone Martini, Fra Angélico, o Leonardo da Vinci, se reconocen como unas de las más conmovedoras obras de este arte. A los pintores, sobre todo, les ha correspondido dar vida a estos seres, según sus características y símbolos especiales.

De esta tendencia en el arte religioso no se escapa el arte colonial, en donde los escasos originales que cruzaban el océano hacia el Nuevo Mundo y, sobre todo, mediante el papel de difusión desempeñado por los grabados, se dio a conocer la iconografía angelical y se determinó su manera de representación, tan común en la obra de algunos de los pintores más representativos de la colonia, como Vásquez Ceballos, en donde son característicos los ángeles músicos, de acuerdo con la tradición sevillana de la escuela Murillo, en la cual los ángeles aparecen más que todo en la parte superior de las composiciones, haciendo parte de los coros celestiales y no como el tema principal de estas obras.

De acuerdo con las anteriores consideraciones, los arcángeles de Sopó inmediatamente llaman la atención, por cuanto constituyen una serie pictórica dedicada a exaltar no sólo a doce arcángeles; cada uno de los cuales tiene su nombre propio, sino que también son el motivo principal de la representación. De esta manera la atención de estas obras, como secuencia temática, se fija tanto en la obra de conjunto, como en la sucesión de los arcángeles que fueron representados, perfectamente individualizados y aislados de todo lo que no sea el propio contexto de su imagen, según los concibiera y ejecutara la sorprendente versión que de ellos ofrece el Maestro de Sopó. Es admirable la manera como emprendió la ejecución de sus doce personajes, cuando en la iconografía tradicional sólo cuatro de ellos, anteriormente mencionados, más el arcángel custodio, muestra suficiente documentación pictórica para tomarse como referencia de nuevas versiones. Respecto a los siete restantes es difícil su representación y sin duda exigieron una acuciosa búsqueda de fuentes, ya sea desde el punto de vista puramente iconográfico, como también de textos donde se describan estos seres. También es dado pensar en un experto en angelología que hubiera indicado a este pintor la manera como cada uno de estos debía ser representado según escritos o modelos gráficos que hasta el momento son desconocidos.

Como la ejecución de tal número de arcángeles indica una creencia especial, se debe tener en cuenta que quien encargó la pintura de esta serie: ¿un piadoso donante, una cofradía, una parroquia? obedecía a una veneración particular, y dadas las características de tamaño grande y de cantidad de obras, hay que preguntarse para qué público y a qué arquitectura se debían integrar estos bellísimos seres alados.

Igualmente, estas obras deben captarse en su valor de conjunto, deben verse en su totalidad, antes que como piezas separadas, puesto que su propio contexto estético y piadoso es producido por su efecto total, que obedece a la unidad de su planteamiento temático, dedicado al arcángel.

En sus versiones más conocidas los arcángeles no aparecen representados como únicos protagonistas, sino que hacen parte de determinadas escenas junto con santos y otros personajes. En la versión del Maestro de Sopó, llama la atención el exclusivo interés en esta jerarquía angelical y en su atención por doce de ellos, mediante doce imágenes, número de evidente connotación simbólica dentro de la tradición del cristianismo, puesto que se relaciona con las tribus de Israel, con los profetas menores, y con los apóstoles.
 

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Arcángel Baraquel. Detalle.

La identificación de los arcángeles de Sopó es muy fácil, puesto que cada uno de ellos lleva una inscripción latina con su nombre y una leyenda que los caracteriza: justitia dei, irae dei, que permiten establecer de acuerdo con sus respectivos símbolos, como la lanza, el pez, el ramo de flores o en otros de ellos elementos tales como la espada o la espada flamígera, con los cuales se quiere significar que fueron representados haciendo parte de las milicias celestiales, como los jefes de los ángeles de la luz en su lucha contra los ángeles de las tinieblas. En el arte colonial neogranadino pocas veces aparecen los arcángeles por sí mismos como tema único de una pintura y tampoco parece que se individualizaran en tal cantidad, tal variedad de indumentos, atavíos ya atributos.

Los arcángeles, en el arte tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, tienen un evidente carácter masculino y han sido figurados bajo la apariencia de jóvenes muy hermosos. Los de Sopó, según su condición de seres por encima de la naturaleza humana fueron ejecutados jugando con una sofisticada y amanerada ambigüedad, completamente opuesta a su tradicional manera de representación, puesto que en esta versión predomina su inquietante carácter femenino. Sus lujosas vestimentas y atavíos contrastan con la iconografía arcangélica más conocida, donde estos jóvenes extraordinariamente hermosos han sido representados con vestidos muy recatados, túnicas que todo lo cubren y casi siempre descalzos y no del modo como se muestran en la serie de Sopó; en donde se hace gala de exhibir los más lujosos ropajes y de mostrar ciertas partes del cuerpo desnudos; como el cuello y algunas veces uno de los hombros, lo mismo que parte de los brazos y las piernas descubiertas, efecto que da un sensual toque de afectación a estas galantes y femeninas versiones de los arcángeles, que denotan en el pintor que los creó un sofisticado grado de intelectualización, tal como para concebir sus personajes angélicos dentro de este exquisito y amanerado refinamiento pictórico, más que como símbolos religiosos. Igualmente son obras en las que el pintor gozó y creó formas, a veces con un criterio muy independiente de su carácter y finalidad religiosa; concepción totalmente opuesta a las obras para suscitar piedad y recogimiento, características del arte colonial neogranadino. Estos arcángeles no son pinturas de gusto popular, sino para un público culto y refinado, interesado en que el mensaje religioso sea propuesto artísticamente, dentro de una suntuosa ambientación pictórica.

Parece sin embargo, que parte del encanto de estas magnífica serie de pinturas radica en que se desconoce su autor, la escuela a que pertenecen y aún más, si son obras coloniales hechas por un artista criollo, lo que parece muy dudoso, o si son europeas de finales del siglo XVII, llegadas a este remoto rincón de los Andes, no se sabe cuándo, ni de dónde. En todo caso el anónimo Maestro de la galante versión de estos arcángeles, demuestra un perfecto conocimiento del oficio y sus recursos técnicos, lo mismo que del tratamiento de la figura. Es muy preciosista en los detalles de los broches y los adornos, con los cuales crea efectos de gran suntuosidad, propios de un ambiente cortesano, y demuestra una gran calidad en la elaboración cuidadosamente  trabajada de los ropajes: cortas túnicas, capas y encajes, pegados al cuerpo o flameando, movidos por el soplo divino de la presencia de estos personajes sobrenaturales.

En cada uno de estos cuadros, todos de formato vertical, se representó un arcángel, destacándolo nítidamente sobre un fondo oscuro y neutro, en un gran primer plano que llena toda la composición, produciendo un ambiente irreal y misterioso mediante ciertos toques de luz en la figura, creando con este manejo lumínico, una atmósfera tensa, cargada de simbolismo ante la presencia del arcángel, del anuncio que supone su aparición, de algo que va a suceder. Algunas de estas figuras, de acuerdo con las libertades estilísticas que se tomó el pintor; ritmos serpenteantes, sofisticadas actitudes y formas alargadas, elementos propios de un tardío manierismo, muy notorio en el afectado movimiento de ciertas figuras y sobre todo en las piernas los brazos, establecen un notable contraste con el fondo, al que se integran mediante contrastes de luz y sombra.

Otro de los aspectos de interés en estas obras es el referente a la manera como este pintor realizó su versión de los arcángeles, utilizando, como es evidente en todos ellos, dos diferentes modelos femeninos. lo que es especialmente notorio en los dos tipos de rostros, el uno lleno y redondo y el otro alargado, y acentuando en ambos su característica feminidad con las largas cabelleras de pelo suelto y ondulante, y con los detalles de las manos, en algunos muy bellos y sugerentes. Teniendo en cuenta que el arte colonial se distinguió porque fue imitativo en el sentido de que no se propuso lograr cualidades estéticas, sino propagar y suscitar la fe, antes que crear, en la mayoría de los casos reprodujo y combinó la iconografía ya existente, conocida sobre todo a través de los grabados europeos que llegaban a América con los cuales los artistas tenían sus propios repertorios de imágenes, las que era común reproducir. En el caso de los arcángeles de Sopó, si desde finales del siglo XVII estas obras hubieran permanecido en la Nueva Granada, los pintores criollos las hubieran tomado como modelo y abrían incorporado de este tipo de arcángeles, su colorido, el movimiento, la indumentaria; en fin, algo de estas obras habría sido conocido y que únicamente hasta estos tiempos se hubieran descubierto artísticamente.

Su manera de representación no sólo es ajena al arte colonial, sino también al español de la época, debido entre otras cosas a su desenfado. En cierta manera no son imágenes para suscitar recogimiento dentro de la tradicional manera de las obras coloniales y el recogido ambiente de la época y en algunas de ellas se advierte cierta disociación entre el significado del tema y la manera como éste se representó. Según la frase de Malraux, de que más debe el arte, que a la naturaleza; como una paradoja artística podemos concluir diciendo que el arte colonial de la Nueva Granada no le debe nada a esta estupenda serie de obras de las cuales no se encuentra ninguna huella.

El propósito de estas notas es el de llamar la atención sobre el pintor y su obra, acerca de lo que podríamos llamar como el desconocido Maestro de los doce arcángeles de Sopó.

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