Los Arcángeles de Sopó • Ángeles de Sopó • Arte religioso • Iglesia Divino Salvador

La eclosión barroca del tema angélico

Este tema, de larga tradición, no fue ajeno a la Contrarreforma, aunque el obispo Abelly aún mantuvo la doctrina tradicional en un libro publicado en París en 1670, y en un lienzo que mandó pintar sobre el amor divino presentando las jerarquías angélicas en torno al corazón. Pero el ejemplo más llamativo dentro de esta tradición lo representa el pintor español Palomino, que a fines del siglo XVII decoró la iglesia valenciana de los Santos Juanes con un fresco en el ábside, donde aparecían la Santísima Trinidad y todos los coros angélicos con sus atributos: los arcángeles llevan un sobre cerrado y pendiente de él un diploma; los principados presentaban una antorcha encendida; las virtudes portaban una vara con cabeza de serpiente por un lado y una luz por el otro; las potestades estaban aherrojando al dragón; las dominaciones con un cetro; los tronos llevaban a la altura del hombro el tetragrammaton (un circulo luminoso con un triángulo inscrito);los querubines con un águila que miraba al Sol; y los serafines con una salamandra envuelta en llamas, en si mano, aunque tal animal no se quema al fuego. No menos podía esperarse de un pintor tan sabio como Palomino.

Con todo la piedad contrarreformista no se vinculó a los coros celestiales sino solamente a los ángeles y arcángeles. El origen de tal actitud se encuentra en un hecho ocurrido en 1516, cuando bajo el enlucido de los muros de la iglesia de San Angel, en Palermo, apareció un fresco que representaba a los siete arcángeles, y una inscripción que daba a cada uno un apelativo, que explicaba su función y atributos: Miguel era el victoriosus por cuanto venció al dragón y era el príncipe de la milicia celestial; Gabriel era el nuntius, ya que fue enviado para anunciar a la Virgen el ministerio de que era portadora.
 

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Arcángel Miguel. Detalle.

Rafael era el medicus puesto que curó los ojos del joven Tobías; Barachiel era el adjutor por cuanto precedía a Moisés como luz que le guaba; Uriel era el fortis socius que animaba a Esdra; Jehudiel era el remunerator, ya que fue el preceptor de Sem, el hio de Noé; y finalmente Seathiel era orator, pues detuvo la mano de Abraham cuando iba a sacrificar a su hijo. Además llevaban unos atributos característicos en esta forma: Miguel una palma y un estandarte blanco con una cruz roja, que eran símbolo de su victoria sobre Satanás; Gabriel presentaba la linterna de los viajeros y el espejo que reflejaba la luz divina; Rafael llevaba una píxide con ungüentos y era acompañado del joven Tobías, portador de un pez, con el que fue curado; Barachiel llevaba en su halda las rosas que aluden a su nombre significando la bendición de Dios; Jehudil portaba una corona como recompensa, y en otra el látigo para el castigo; Uriel como aliado poderoso iba provisto de una espada ígnea, y finalmente Seathiel, con sus manos juntas en actitud piadosa se dirigía a Dios en acto de oración.

El descubrimiento del fresco mencionado causó sensación, y ya en 1523 en la misma ciudad de Palermo se dedicó una iglesia a los arcángeles, gracias al mecenazgo de Carlos V En este momento surgió el hombre providencial, el sacerdote siciliano Angelo del Duca, que llevó a Roma la devoción convenciendo al Papa Pío IV, que en 1561 consagró las termas de Diocleciano como templo de Santa María de los Angeles; luego hubo una reacción y se lamentó haber favorecido el culto de estos arcángeles de los que cuatro eran apócrifos. En algunos países como Alemania se impuso la devoción de los siete, llegando una idea mística medieval, para animar la majestad imperial, que había iniciado su decadencia.

Lo que más contribuyó a su difusión fueron los comentarios literario-doctrinales como el de Caietanus: Historia repertae imaginis septem Angelorum in urbe Pamo (Palermo 1657) o el famoso texto de Cornelio Alipio, cuya descripción coincide en general con el grabado de Jerónimo Wierix, de fines del siglo XVI, así vemos a Miguel aplastando a Lucifer; a Gabriel con unas antorcha en la mano derecha; a Rafael con el joven Tobías llevando en la mano un vaso de ungüentos; a Barachiel con un vaso lleno de flores; a Jehudiel con una corona de oro y un azote; a Uriel con una espada flameante; y a Seathiel con un incensario en la mano. Otros grabados fueron los de Peter de Jode y Philippe Galle; los del primero fueron realizados sobre modelos de Martín de Vos, que nos presenta a los protagonistas en primer término y al fondo una escena significativa de su vida: Miguel aparece como guerrero victorioso; Uriel en su calidad de maestro de Esdras; Rafael dando vista a Tobías, al que presenta una vela; Gabriel sigue al Espíritu Santo; Jehudiel es el preceptor de Sem; Raziel fue el que arrojó a Adán del Paraíso; Teadkiel es el que interrumpió el sacrificio de Abraham; Piel, que luchó con Jacob; y Mittaron, que precedía al ej´rcito de Moisés llevando una llama. Este conjunto por su riqueza formal tuvo mucho influjo posteriormente.
 

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Arcángel Miguel. Detalle.

En fenómeno más típicamente barroco consistió en la aparición de ángeles y angelotes por todas partes, cual si de una invasión se tratara, tanto en la pintura como en la escultura, animando fachadas, bóvedas y cúpulas. Måle nos ha señalado la invasión angélica que hay en los libros piadosos de la época: en la ciudad mística de María de Agreda, en los escritorios de Santa Teresa de Jesús, en la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales, y cómo no, en los frescos de la iglesia romana del Gesú. El mismo Måle ha destacado que la gran novedad del momento consistió en la devoción al Angel de la Guarda, que se propagó desde el siglo XVI, pese a las luchas religiosas y a la condena que de ella hicieron Lutero y Calvino, hasta que el Papa Clemente X la impuso a la Iglesia universal. «Numerosos libros, algunos de ellos llenos de poesía, fueron consagrados al ángel de la guarda.

«Esos libros nos cuentan que un ángel nos acoge al nacer y nos ama desde nuestra infancia; camina a nuestro lado, vela por nosotros, y cien veces, sin que sepamos, aparta de nosotros la muerte… Los encuentros decisivos de nuestra vida, los de un hombre, de un libro, de un gran pensamiento, son ángeles de Dios. El ángel de la guarda no abandona al cristiano después de la muerte; permanece cerca de él en el Purgatorio para consolarle, esperando la hora en la que podrá llevar su alma purificada al cielo; vela también por sus cenizas y las junta piadosamente en espera del gran día de la resurrección». Nadie como los jesuitas promovieron esta devoción, especialmente los padres Lefvere y Coton, que fueron seguidos por las almas piadosas.

En cuanto a su representación los artistas recurrieron en un principio a la imagen de Rafael y Tobías, tan frecuente desde el siglo XV, reproducidas por numerosos grabados. Los modelos más conseguidos fueron los de Aníbal Carracci, Pedro de Cortona, Guido Reni, Carlo Bonone, el Domenichino, Andrea Sacchi, Murillo, Giovanni Baratta, etc. Las obras fueron destinadas a oratorios particulares de las familias importantes para que la madre pudiera indicar a los hijos por la mañana la oración correspondiente, otras fueron realizadas con destino a las cofradías del ángel de la guarda que había en tantos templos. Fue por tanto no sólo devoción privada sino pública, de ahí su importancia en la religiosidad del hombre barroco.

 

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