La evolución del concepto angélico
Partiendo de los precedentes bíblicos hubo una serie de teóricos de la angelogía, cuya doctrina de una forma u otra fue conocida por los monjes y teólogos de la Edad Media, así que son los eslabones precisos de una cadena ideológica, a los que vamos a referirnos de una manera breve.
El más antiguo fue Filón, situado entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, llevó a cabo un notable desarrollo de la angelología, gracias a su formación dentro de la filosofía griega, que aplicó a la interpretación de Biblia, cuyo conocimiento secreto se alcanzaba por una especie de revelación, de tal manera que la lectura bíblica venía a ser como la celebración de un ministerio. Dentro de este contexto Filón dio al los serafines una gran importancia, ya que eran seres a nivel cósmico por la relación que guardaban con el fuego; para este filósofo judío las alas de los serafines expresaban «los deseos de Dios», de ahí que sus alas fueran necesarias a las almas que desean «subir» hacia Dios. La idea de Filón que ejerció más influencia fue la de que el cielo, donde están los ángeles, no está lejano del hombre sino que será la verdadera patria del hombre, porque éste es un exiliado en la tierra, y gracias a las virtudes y a su dominio de las pasiones puede alejarse de la tierra.
Hacia el siglo II se produjo un florecimiento extraordinario de la teología cristiana en la escuela de Alejandría, donde confluyeron los aportes de Oriente, de Grecia y de Egipto, de tal manera que el pensamiento del Antiguo Testamento se vio enriquecido con las ideas filosóficas de Platón, y el conjunto se animó con la doctrina revelada por Cristo. Clemente de Alejandría fue uno de los representantes más eximios, que examinó el tema de la creación de los ángeles en su obra Stromatas, y defendió la idea de que ellos fueron hechos por Dios con toda la creación, pero algunos rompieron la armonía y cayeron por un acto de incontinencia (lujuria)/ Importante fue su concepto de a jerarquía eclesiástica terrestre, hecha a imagen de la jerarquía celeste.
Arcángel Uriel. Detalles.
A mediados del siglo III el tema del ángel alcanzó un desarrollo muy original gracias a la preparación enciclopédica de Orígenes, que los vio dotados de cuerpos gloriosos, transfigurado y espiritual, pero que podía sucumbir ante la tentación, de ahí que para resistir tuviera que solicitarlo al Logos, que concedía su ayuda a los que permanecían fieles,. Pero como los ángeles viven en relación con los hombres, él ya nos hablará de los ángeles de la guarda, que cumplen la función de llevar a Dios las oraciones de los hombres, presentando ante el trono de Dios las invocaciones de aquellos. Orígenes concedió al ángel de la guarda un papel importante a la hora de la muerte, de tal manera que obra como psicopompo celeste, que recogía el alma a la salida del cuerpo en la hora de la muerte para llevarla al cielo. El demonio fue visto como signo de lo terrestre, de la caída de un estado superior en otro inferior.
Epoca dorada fue la del siglo V, cuando las figuras de San Agustín y del Seudo – Dionisio más influyeron en la configuración de la mentalidad estético-teológica del cristianismo medieval.
El obispo de Hipona afirmó el dogma de la creación de los ángeles, pero no se pronunció sobre el tiempo, que le apareció como un misterio insondable; no pensó en su corporeidad y se inclinó por el ángel que se adhiere a la luz divina creadora. Más importante fue la síntesis del Seudo – Dionisio, en la segunda mitad del siglo V y en los inicios del siglo VI. Este autor partió de una concepción del cosmos desde la filosofía neoplatónica, de manera que aquél estaba regido por la armonía, bajo la idea de que la belleza es la luz, y ésta se hallaba simbolizada por el sol. Para el autor de la jerarquía Celeste (De coelesti hierarchia) la armonía del cosmos era ante todo un orden jerárquico, cuyo centro era Dios, que formaba la Tearquía o Santísima Trinidad, y en torno a ellas los círculos eternos de innumerables espíritus puros, que danzan en torno, con su belleza inmaterial, acorde con la música del universo. Partiendo del corpus paulinum y de su formación neoplatónica forjó su universo angélico, tratando de conciliar lo racional y lo extra racional a base de una serie de jerarquías armónicas, con las triadas de los coros angélicos:
- Jerarquía asistente: serafines, querubines y tronos.
- Jerarquía de imperio: dominaciones, virtuales y potestades.
- Jerarquía ejecutiva: principados, arcángeles y ángeles.
Se llama asistente a la primera jerarquía porque los ángeles que la componen están rodeando siempre al trono de Dios, y representan los principales atributos de ;a divinidad: el amor, la sabiduría y el poder. Se llama de imperio a la segunda jerarquía porque sus componentes representan las perfecciones divinas más relacionadas con las criaturas, mediante las cuales se impone como Señor soberano sobre todos los seres del mundo. Y se llama ejecutiva a la tercera triada porque es la encargada de llevar a cabo las órdenes de Dios sobre las naciones o los individuos. Ya se aprecia que para el Seudo – Dionisio este universo no es una mera jerarquización sino que la jerarquía es un orden sagrado o actividad que permite las iluminaciones para imitar a Dios en la medida de sus fuerzas, así que el din de la jerarquía es tender hacia la divinización. La obra citada de la jerarquía Celeste fue muy comentada a lo largo de la Edad Media, y su fascinación mística influyó en la iconografía cristiana.
Arcángel Uriel. Detalle.
Convendrá ampliar algo más sobre el significado de los coros angélicos. En cuanto a la primera jerarquía, el nombre de serafines alude al fuego que los abrasa, ya que según San Bernardo arden con el fuego de Dios por caridad y brillan por sí mismos; en cuanto a los querubines significan plenitud de ciencia, por cuanto Dios como señor de las Ciencias vive en medio de una luz inaccesible e inefable; por ellos Ezequiel los representa llenos de ojos, que no son más que luz y sabiduría, que pueden transmitir; el nombre de tronos sirve para señalar que son ellos asiento de la gloria en la que se halla la majestad divina. En cuanto a la segunda jerarquía están en ella las dominaciones, llamadas así por el poder que ejercen sobre los coros inferiores para extender el reino de Dios, así que arden con deseo vehementes de llevar a todas partes el nombre divino; en el segundo coro están las virtudes, que son las que inspiran a las almas grandes los sentimientos que las hacen dignas de Dios, y por último las potestades, gracias al poder que tienen sobre los ángeles caídos o demonios. En la tercera jerarquía tenemos a los principados, que son los encargados de velar por el gobierno espiritual y temporal de los pueblos, por tanto los príncipes se hallan bajo su custodia. El coro de los arcángeles tiene los secretos divinos, por ello no sólo adoran los designios más elevados sino que se apresuran a realizarlos. Finalmente, los ángeles tienen la misión de guardar cada pueblo o nación y a cada hombre en particular.
Esta clarificación del Seudo -Dionisio se convirtió en canónica y fue introducida por el Papa San Gregorio el Grande, hacia 870, llegando a quedar sintetizada por Santo Tomás de Aquino en su tratado de los ángeles, inserto en la Suma Teológica. Quien dio más difusión a esta doctrina fue Dante, que reservó un puesto del paraíso a San Dionisio el Areopagita.